Dead Humanity Walking
Recuerdo la palpable angustia que sentí en los años ochenta frente a la posibilidad de que alguna de las grandes potencias enfrentadas en la Guerra Fría decidieran ser las primeras en apretar el botón rojo, dando comienzo al suicidio colectivo con el desastre nuclear. Fueron los últimos años de niñez y primeros de la adolescencia, también marcados por la epidemia de SIDA que condimentó con miedo el despertar sexual de nuestra generación. Mientras tanto, con ambos peligros modelando oscuros pasajes de nuestro subconciente, continuamos viviendo la típica existencia argentina de sabores mezclados que nos convidaba -sin orden alguno-: el intento de deshacernos legítimamente de la deuda externa (aguante Alfonsín y Grinspun), la potencia de nuestro deporte (aguante Gabi Sabatini y la copa del 86), el juicio a las juntas militares, la derrota económica con el ascenso y caida del Plan Austral, la queja por los servicios públicos, el fenómeno del "destape", la ley de divorcio, el programa de Tato Bores, la llegada del gas natural, los alzamientos militares y las leyes de perdón (abajo Alfonsín), el traslado de la capital a Viedma, el conflicto del Beagle y toda la cháchara del momento. Repito, nos alegraba y nos preocupaban estas cosas de nuestro entorno cercano, mientras latía en simultaneo la posibilidad de que estallara otra central nuclear o se iniciase la tercera y última guerra mundial.
Hoy siento aquella misma forma de angustia, la posibilidad real de una extinción masiva debida esta vez al desequilibrio planetario que provocamos con nuestra acción humana. La vida civilizada ha solidificado su modo de existir, completamente incompatible con el equilibrio de la naturaleza. Mientras tanto, nuestras preocupaciones y alegrías transcurren en un plano paralelo de realidad, que no deja de ser también verdadero y acuciante: la eterna crisis económica de nuestro país, algunas alegrías deportivas, extraordinarios desarrollos tecnológicos, y actualmente una pandemia de consecuencias devastadoras. El problema justamente es pensar que estos dos planos de tragedia son distintos (ni hablemos de los que desconocen o niegan el peligro de gran escala, que debe ser la mayor parte de la población del país y del mundo).
Incluso nuestros líderes y dirigentes que son conscientes del peligro que enfrentamos parecen ignorar la corta ventana de tiempo que tenemos para revertir el movimiento del pulgar humano que está lanzado con velocidad galáctica a pulsar el botón rojo hacia las profundidades. Nuestra forma de vida es ese mecanógrafo determinista que hace mucho tipeó en verde, ya apretó los botones amarillos y anaranjados, y dirige su escalada tonal al rojo más fulgurante del extractivismo, la artificialización extrema de nuestros procesos vitales y la irracionalidad del capitalismo para tomar hasta la más ínfima de nuestras decisiones. Así, no hay equilibrio interdependiente de todos los seres vivos que aguante y permita la homeostasis planetaria para alojar nuestras pulgosas existencias.
El problema más mayúsculo que veo es cómo resolver nuestros problemas urgentes en el primer nivel de la contienda (la supervivencia individual y de las sociedades desiguales y mayoritariamente pobres en el contexto de nuestra estructura centrada en el consumo y el colonialismo económico) sin desatender los desafíos de magnitud planetaria. Ya nuestros problemas más inmediatos (el salario, el acceso a la salud, a la vivienda, etc) son tan enormes de por sí, que no parece haber reservas para batallar contra el desastre ambiental y climático. Pero ambos planos están conectados, uno es responsable del otro. Lamentablemente ni la pandemia de coronavirus que nos encerró de repente en un laberinto infranqueable nos ha obligado a aprovechar el encierro para analizar colectivamente sus causas y a difundir las razones que nos trajeron hasta acá: la expansión ilimitada del "dominio del Hombre", la forma enfermante de producir comida y bienes de consumo, la desproporción poblacional de nuestra especie, la reducción al infinitésimo de las regiones "salvajes" donde la naturaleza puede equilibrar los procesos biológicos de la corteza terrestre, y centralmente la propia dinámica del sistema económico que requiere la producción y comercialización interminable de un universo de bienes y servicios cuya utilidad es inexistente o cuestionable. Tampoco la pandemia ha servido para pensar soluciones globales: la articulación de los sistemas de salud de la orquesta de las naciones, la colaboración internacional para desarrollar las vacunas y lograr la inmunidad de rebaño mediante un sistema de inmunización que debe llegar a todos los rincones del mundo en simultaneo para frenar la aparición y distribución de nuevas cepas resistentes del tan querido y ponderado Covid-19.
Yo creo que somos esos reos primermundistas que están en el corredor de la muerte, bien bañados y afeitados, protegidos de las inclemencias del tiempo. Por supuesto siempre tienen chances de recibir una amnistía impensada o de escapar explotando una debilidad del sistema carcelario que nadie más advirtió. Para algunos, los religiosos del aparato científico-tecnológico, la esperanza está en el altar de algún descubrimiento, avalados por los éxitos pasados que siempre nos permitieron superar las dificultades del pasado y alcanzar estos niveles de progreso que vivimos (¿?). Lejos de quienes creen que si el menemismo nos trajo hasta acá es el menemismo el único que nos puede salvar, yo creo que nuestra chance está en cambiar nuestra forma de vida y eso implica por un lado acciones de gran magnitud como la destrucción de la economía gobernada por grandes corporaciones (agronegocio, armamentos, petroquímicas y megamineras, farmacéuticas, etc. junto con el entramado de lobbys empresariales que se denominan "democracias"), y la transformación de nuestras formas de vida individual y de las pequeñas comunidades que integramos: necesitamos cambiar nuestra alimentación (por una basada en plantas y con el menor nivel posible de artificialidad e industrialización), modificar la forma en que nos vestimos (por ejemplo sin plásticos), alterar las formas en que compartimos nuestras producciones, evolucionar las tecnologías con que construimos nuestras viviendas, los medios en que nos transportamos, planificar la dinámica con que organizamos las ciudades, etc. Es un gran desafío y somos apenas una humanidad muerta caminando.