Historia del Evomoralito y el Golpismo Feroz
La fatiga cerebral reduce la realidad que experimentamos a términos antagónicos. A diferencia de las computadoras que con suficientes números binarios son capaces de representar problemas complejos, los seres humanos venimos acostumbrándonos a pensar cada vez con menos dígitos, hasta el extremo de usar solamente uno para diferenciar entre lo prendido y lo apagado, lo blanco y lo negro, lo progre y lo facho, lo boca y lo river, lo derecha y lo izquierda. Con sólo disponer de categorías opuestas, el universo conceptual queda deshidratado a su mínima expresión. La realidad política que puede pensar un sujeto así, cuyo cerebro cuenta tan solo con una placa gráfica de 1 bit, se parece más a un pacman monocromático de bordes cuadrados que al rostro ultrarrealista de los jugadores del FIFA 2020. Terminator ha ganado.
El golpe de estado en Bolivia convoca nuestras exprimidas neuronas a realizar su máximo esfuerzo. Advierto que no son estas lineas las aconsejables para quien sienta que condenar el golpe es antagónico con indagar las responsabilidades de todos los actores e identificar las razones que condujeron al fatal desenlace. El cerebro binario no se detiene en estas circunvoluciones porque apagó su funcionamiento un tiempo atrás, luego de haberse saturado con la sopa de neurotransmisores evocada por alguna frase motivacional de Galeano. Ese cerebro se ha entregado al descanso y ha trasladado su inmensa bondad latinoamericanista a la acción de las piernas que ya salen hacia la calle a sumar huellas militantes, luego de que también actuaran los dedos, capaces de multiplicar infinitas veces diversas obras del ingenio político contemporáneo en la época de su reproductibilidad técnica a través de las redes sociales.
Protagonizan el golpe los empresarios bíblicos, las fuerzas represivas del Estado, las filiales locales del KKK y alguna embajada entrenada en tales menesteres. El montaje no escatima en kitsch: banderas, rodillas hincadas, biblias, bolivianos que parecen bolivianos y otros que no tanto, patriarcas, misas, narcos y pobres de toda índole. ¿Quién puede adherir a los supuestos valores democráticos que encarnan estos pintorescos machos mafiosos? La cuestión a pensar es otra: ¿cuánta responsabilidad tienen los derrocados en su propio desplazamiento? Porque si bien la derecha protagoniza el descontento, lo traumático del proceso es que también enfrentan al gobierno sectores que antiguamente lo acompañaban.
Hay datos atractivos sobre los avances del gobierno de Evo Morales: disminuyó considerablemente la pobreza y la desigualdad, aumentó el empleo y el salario, se incrementó la inversión en salud y educación. La explicación menos convincente de la retracción del apoyo popular es que a pesar de todo ese bienestar, la gente (en particular los pobres manipulados por los medios de comunicación y la clase media por vocación traidora) renuncia a sus propios intereses y apoya a las clases dominantes que articulan las órdenes del imperialismo extranjero y pretenden restaurar su poder. En realidad estoy extrapolando la historieta que conozco de Argentina, pero la tomo como válida porque escribo estas lineas para discutir con quienes me rodean, que parecen tener esta misma imagen mental.
¿Por qué, frente a tal Edad de Oro del Estado de Bienestar, el Evismo se encuentra anémico, incapaz de repeler el ataque? Lógicamente es necesario completar la premisa para encontrar explicaciones al menguante apoyo popular. La historia es paralela a la que vivimos en Argentina: el partido de gobierno domó a las organizaciones sociales estatizándolas y sanitizando la rebeldía (incluyendo no solo la cooptación sino la represión), promovió un modelo económico más distributivo que sus antecesores pero apoyado en el extractivismo enemigo de la naturaleza (por ejemplo con los negociados del litio), solidificó una amistad con corporaciones multinacionales y contrarió las prácticas promovidas por las comunidades indígenas, siguió rigiéndose con la organización capitalista de la producción y su consiguiente ordenamiento social, permitió la malversación de la confianza pública en funcionarios que aprovecharon para beneficiar sus negocios privados y finalmente distorsionó los mecanismos constitucionales para eternizarse.
Hay también un problema grave si los procesos políticos asociados con la emancipación no van acompañados de una educación que pretenda construir ciudadanos libres en quienes confiar las decisiones colectivas (¿cómo se diría "parir el Hombre Nuevo" en términos anti-patriarcales?). ¿Acaso va bien encaminado un proyecto político que depende de la salud física y mental de una o dos personas, que carece de un equipo confiable con quienes alternar el ejercicio del ejecutivo, que necesita desoir las consultas populares? ¿Es necesario apelar a las herramientas de la infamia para evitar que los infames ganen las elecciones? Los avances en la lucha contra la desigualdad en Latinoamerica parecen ser facilmente desmontables en apenas una gestión opositora, o acaso las transformaciones son más cosméticas que profundas. No parecen haber fraguado las bases del proceso de cambio hacia una sociedad más igualitaria.
Desde este importantísima tribuna invitamos a la teleaudiencia (y a nosotros mismos) a abandonar la narrativa de Caperucita y el Lobo Feroz para conectar con explicaciones más plausibles sobre la realidad latinoamericana que permitan comprenderla e interpretarla con un número mayor de bits y menor grado de inocencia.
Bibliografía recomendada: