Acerca de la guerra en Gaza (2/3)


Parte II. La verdad de los knishes de papa.

En la segunda parte de mi escrito destinado a quedarme completamente sin condiciones imprescindibles para que haya paz entre israelíes y palestinos. El punto es sencillo de enunciar: no puede haber diálogo sin Verdad.

Los judíos condenamos a quienes niegan un hecho que para nosotros constituye una verdad histórica, el asesinato de seis millones perpetrado por los nazis y sus colaboradores. ¿Por qué entonces contar una historia notoriamente improbable acerca de la creación del Estado de Israel, conociendo las tragedias y asesinatos asociados indisolublemente a la historia de las naciones en las que vivimos? El relato que prevalece entre los judíos que apoyan a Israel es el de la Palestina vacía, árida y yerma en manos británicas, e incluye a los árabes abandonando sus casas y aldeas únicamente ante el pedido de sus autoridades religiosas para permitir una mayor efectividad de los ejércitos de Jordania, Egipto, Siria, Líbano e Irak que declararon la guerra al nuevo Estado en el momento en que éste declaró su fundación (en 1948). Los palestinos llaman Al-Nakba (La Catástrofe) a los sucesos de esa misma época, durante los cuales fuerzas militares y paramilitares judías no sólo respondieron a la agresión externa sino que asesinaron poblaciones palestinas indefensas (la más conocida es Deir Yassin) y de este modo provocaron el terror y la huida de miles de palestinos que se refugiaron en campamentos en Gaza y en Cisjordania (hay historiadores israelíes que coinciden con la veracidad de estas afirmaciones, ¿por qué hay quienes lo niegan?). El problema de los refugiados palestinos (no sólo éstos, sino los que posteriormente se generaron en la Guerra de 1967) es de una dificultad muy profunda, y ha sido una de las claves que empantaron siempre las negociaciones de paz. Así que vuelvo a insistir: me resulta aberrante la negación de hechos históricos. Uno puede realizar distintas apreciaciones y lecturas sobre su significado, incluso puede intentar justificar lo ocurrido, pero no puede negarlo. Lo mismo puede decirse de múltiples acciones militares israelíes, que se enuncian oficialmente como acciones defensivas cuando no son más que ataques desmedidos frente a una agresión de mucha menor magnitud, o incluso acciones lisa y llanamente delictivas como la complicidad en las masacres de Sabra y Shatila en 1982.

El problema es grave porque el reclamo palestino, amparado por leyes internacionales, es que los refugiados puedan volver. Esto resulta inaceptable para el Estado Judío porque en la práctica la tierra y las viviendas de los refugiados fueron destruidas y/o expropiadas y los gobiernos deben tener razones económicas para la negativa. Pienso que esto no sería tan dificil de solucionar porque el gasto militar para la guerra debe superar con creces el costo de las reparaciones económicas. El problema más grave para los israelíes es que si los refugiados vuelven y se les restituyen los derechos civiles como ciudadanos de Israel, la proporción de judíos cae a números que ponen en cuestión el carácter judío del Estado, y por ende la razón misma de la existencia de Israel. Además el miedo debe estar detrás de la negativa a que los refugiados vuelvan: ¿quiénes garantizarían que los hasta hace momentos combatientes suicidas se conviertan en amables vecinos fronteras adentro?

La vida en Gaza

La verdad también sufre recortes cuando se piensa a los combatientes palestinos como una fuerza gobernada por el deseo de justicia, paz y prosperidad. Una cosa es justificar el derecho a la resistencia frente a la invasión de los territorios y otra justificar toda forma de acción violenta en el marco de esta resistencia. La decisión de utilizar el terror por parte de las organizaciones islámicas, llamando a una guerra santa para matar a los judíos o expulsarlos al mar, no puede ser aceptable ni siquiera para quienes creen en la violencia revolucionaria. Yo creo en el derecho a la resistencia, y creo que la violencia que puede generar quien resiste es en definitiva una respuesta a la violencia del invasor-opresor. Pero la violencia revolucionaria debe tener una racionalidad detrás, debe medir el efecto de sus acciones. Lo pienso así también para el accionar de las organizaciones armadas en el pasado argentino. La resistencia no puede ser una sucesión de actos desmedidos, porque los propios integrantes del pueblo oprimido sufren la consecuencia de tales actos. ¿Cuáles son estos actos desmedidos? Los atentados suicidas de objetivos civiles, el lanzamiento permanente de artillería hacia ciudades israelíes (que no causan mucho más que daño físico por la mala puntería o los desarrollos de la tecnología de defensa israelí). Evidentemente la eficacia de esta opción es dudosa, porque 60 años de acciones armadas de diverso calibre (incluyendo secuestro de aviones civiles, asesinato de deportistas, utilización de niños combatientes, etc) no han logrado la expulsión del invasor.

La otra mentira es la masificación de los contendientes en dos bandos homogeneos. Los palestinos no son todos partidarios de Hamás ni los israelíes son todos fanáticos expansionistas. Hay una gran variedad de posturas hacia dentro de cada bando (desconozco cuánta libertad para expresarlas hay en la franja de Gaza, pero en Israel hay continuas demostraciones antimilitaristas por parte de grupos de árabes y judíos israelíes) aunque parece que las posturas más radicales y violentas son las que actualmente predominan. Estaría bueno en vez de reducir las intervenciones a la condena de unos u otros, indagar acerca de las alternativas en juego y apoyar con mayor nivel de discernimiento cuáles son las posibilidades menos injustas. Apoyar la resistencia palestina sin mencionar el carácter retrógrado de organizaciones como Hamas me parece el error más repulsivo de las organizaciones de izquierda. Quejarse de los misiles de Gaza sin reconocer los condiciones de vida lamentables que impone el bloqueo israelí es también una invitación a la irracionalidad. Durante las guerras siempre es imprescindible amplificar las voces críticas, porque las tendencias nacionalistas, religiosas y los miedos son los peores enemigos de la conciencia humana.

Se me enfrían los knishes, así que de nuevo me despido.