Trifulca digital tras un ataque terrorista
Ayer ocurrió el atentado a la sede de la revista Charlie Hebdo, que me afectó bastante. Quizás porque me gusta el humor, y en particular el humor satírico, y porque me resulta completamente absurdo que hayan asesinado a alguien por unos dibujos burlones.
Estuve leyendo artículos para saber más sobre el hecho y sobre las víctimas, y también recorrí muchos posteos de las redes sociales sobre el tema. Me indignó particularmente este artículo que manifestaba su oposición al slogan de solidaridad que se popularizó en estas horas (Je suis Charlie vs Je ne suis pas Charlie). El tipo decía que repudiaba el ataque pero que la revista es intolerante, colonialista y racista, y su argumentación viraba hacia la denuncia de las acciones terroristas de algunos estados (Francia, la OTAN, Israel, EEUU) y de la situación opresiva que viven los musulmanes en Europa. Para mi un repudio del asesinato hecho en estos términos resulta en una expresión de corrección política vacía puesto que se asemeja más a la justificación de la acción homicida. (Lamentablemente no funciona más el enlace en el sitio original, pero lo encontré en este otro lugar, aunque sin los comentarios).
Debajo pueden ver una de las tapas controversiales, sobre las cuales alguien comentó en el artículo originalmente citado (una tal Ana): "Estoy de acuerdo con lo dices, en tanto lo injusto de la situación global de los musulmanes. Sin embargo, podría ser que la gente sensible y crítica lee su viñeta así "Hay en este mundo atroz gentes capaces de asesinar a alguien y luego reirse porque, (los asesinados) con su mansedumbre y su confianza en la humanidad, interpusieron entre ellos y los proyectiles tan solo el texto de su fé" Podría ser que este señor caricaturizara al asesino y no a la víctima. Es humor inteligente que muchos malinterpretan. no?"
Frente a la ignorancia de los contenidos de la revista caben dos escenarios de análisis. Uno es suponer que efectivamente la revista es tal como la describe este crítico. El otro es darle crédito a otros artículos de la web que afirman que Charlie Hebdo hace humor con el fundamentalismo en todas sus formas, burlándose no solamente de los fanáticos islámicos sino de cristianos, judíos, políticos franceses, etc. La ultima y preferible alternativa es aprender francés, pero no tengo tiempo porque estoy aprendiendo Clojure y Python.
El segundo caso es muy fácil de analizar. Una revista de contenidos satíricos que polemiza con todo el mundo no sólo merece una expresión de solidaridad mayúscula ante este acto de horror sino que debería ser una experiencia replicada por todos lados. Apreciaría mucho a sus autores. La crítica aguzada y feroz nos saca del letargo de la aceptación pasiva de nuestra realidad, puede descubrirnos nuestros fascismos ocultos, movilizarnos el cerebro y ponernos a pensar. O puede no provocarnos más que ira y el deseo de que nunca más nos crucemos con un material así. En cualquier caso Je suis Charlie Hebdo.
El primer escenario parece más difícil. Supongamos una revista que estigmatiza a un grupo nacional (los "bolitas", los kurdos, etc) o religioso (los musulmanes, yazidíes, seguidores de la diosa Kali), a un periódico que una y otra vez apunta sus dardos contra un sector de la sociedad por algún rasgo ideológico (comunistas, liberales, partidarios de Kim Jong-un), por una condición social (obreros, ricachones, traidores de clase, etc), por un gusto estético o sexual (escuchadores de cumbia, adoradores de transgéneros, practicantes de la homosexualidad). Algunos de estos grupos sufren condiciones de vida deplorables, violencia, alienación, y ven cómo se degradan permanentemente sus posibilidades de seguir existiendo, todo lo cual es promovido también (pero no exclusivamente) por este pasquín. ¿Qué hacemos con los efectos que puede causar la propagación de ideas retrógradas, como el ataque a todas estas minorías o grupos de riesgo que sufren la violencia estatal y privada permanentemente? Mi posición es que sólo si hay un abierto llamado a la eliminación del otro es posible pensar en la censura, y esto como último recurso, recién cuando el peligro no puede ser atemperado por algún tipo de protección más efectiva, como la educación de la población, el apoyo colectivo (económico, de organizaciones sociales, la promoción de prensa realmente antifascista), y todo aquello que haga que las publicaciones racistas caigan en el olvido por el rechazo colectivo y la falta de enraizamiento de sus ideas en la sociedad.
Reitero lo que dije en las redes sociales, si un tipo dice barbaridades en los medios a su alcance (por ejemplo Barone en 6,7,8) y un asesino lo ultima a sangre fría, yo no tengo drama en salir con un cartel que diga "Yo soy Barone" (quizás la letra me sale medio despareja al escribir, pero soy consciente de que el acto trasciende las miserias de Barone). El mensaje que pretendería transmitir es que hay un límite en la acción frente a quien ataca al débil o dice cosas que perturban el bienestar de una minoría (o mayoría). Hay mucho para hacer antes de que la opción sea el asesinato. Desde este importante blog le decimos que no a la pena de muerte. Es en ese momento, y no antes, en que el cartel "Je suis Charlie" y "Yo soy Barone" cobra sentido. No hace falta allí marcar la diferencia con la ideología de Charlie o de Barone. Si matan a uno u otro es como si me mataran a mi; en otro momento (¿mañana?) discutimos si Charlie y Barone se merecían ese destino. Mientras Charlie y Barone sigan vivos los voy a poder combatir con las armas aceptables.
En las redes sociales un contacto (¿me?) provoca así: ¿y si el asesinado fuese el editor de una revista nazi en la Alemania de 1930? Es difícil pensar la cotidianidad de la Alemania Nazi viviendo una democracia burguesa, como las de Argentina o Europa, incluidas todas sus violencias simbólicas y palpables contra sectores de su población y contra los habitantes de otros países. Puedo contestar que si un comando mata al editor de algún periódico actual que agita violencia contra musulmanes fundamentalistas, si algún militante oficialista lo mata a Magnetto, u otra clase de loco asesina a Insfrán, a Capitanich, a Aníbal Fernández o a Cristina Kirchner, todas personas a las que detesto profundamente, es mi deber salir con un cartel que diga "Yo soy un musulmán fundamentalista", "Yo soy Cristina" o "Yo soy Barone" (Alah no permita esto último). Mientras eso no suceda voy a seguir pensando y diciendo que todos esos son asesinos, corruptos, ladrones, mentirosos, etc.
Por otra parte, no es difícil advertir que existen diferencias visibles en cuanto a responsabilidad por los males del mundo entre los asesinos que cultivan la ideología de la homogeneización religiosa, los ejecutores de políticas públicas (que matan de modos más indirectos, salvo Francis Underwood en House of Cards), los soldados de la prensa oficialista y los humoristas gráficos. Estos últimos vienen a ser los menos responsables del estado de situación de toda minoría o mayoría sufriente. Si estuviese de acuerdo con la violencia revolucionaria, cosa que por momentos me resulta razonable, elegiría mejor mis objetivos.
Nadie está obligado a salir con ningún cartel a demostrar compromisos con valores que no los conmueven. Hay demasiados valores dando vuelta como para tenerlos en cuenta y respetarlos a todos. Quizás convenga obviar lo dicho hasta ahora y centrar las expectativas en que las expresiones públicas sean honestas y sin ocultamientos de las ideas de las cuales parten y de los proyectos que tienen, aún cuando resulten políticamente incorrectxs. Desde mi punto de vista muchos militantes de izquierda, no sólo los que interactúan conmigo, dividen el mundo entre opresores y oprimidos justificando cualquier acción de quienes consideren oprimidos (o callan sobre esto, que para el caso es lo mismo), y con este modelo creen que entienden una realidad compleja cuando en realidad la aplanan. Es un trabajo arduo decir lo que uno piensa, porque requiere indagar en nuestros subconscientes y en nuestras alineaciones ideológicas, que quizás sí tienen intenciones de hacer volar por los aires algún objetivo humanoide. Yo todavía tengo cuentas pendientes con este último punto, así que no estoy en condiciones de exigírselo a nadie. Por el momento me voy a practicar mi devoción pastafari, el Monstruo del Espagueti Volador que creó realmente el mundo es mucho más copado que las ideas profanas de Alah, Yahve y Lenin juntos, y encima me reclama que le prepare unas albóndigas para el servicio de esta noche. Tal vez mañana continúe...