Parte II. La verdad de los knishes de papa.
En la segunda parte de mi escrito destinado a quedarme completamente sin
condiciones imprescindibles para que haya paz entre israelíes y
palestinos. El punto es sencillo de enunciar: no puede haber diálogo sin
Verdad.
Los judíos condenamos a quienes niegan un hecho que para nosotros
constituye una verdad histórica, el asesinato de seis millones
perpetrado por los nazis y sus colaboradores. ¿Por qué entonces contar
una historia notoriamente improbable acerca de la creación del Estado de
Israel, conociendo las tragedias y asesinatos asociados indisolublemente
a la historia de las naciones en las que vivimos? El relato que
prevalece entre los judíos que apoyan a Israel es el de la Palestina
vacía, árida y yerma en manos británicas, e incluye a los árabes
abandonando sus casas y aldeas únicamente ante el pedido de sus
autoridades religiosas para permitir una mayor efectividad de los
ejércitos de Jordania, Egipto, Siria, Líbano e Irak que declararon la
guerra al nuevo Estado en el momento en que éste declaró su fundación
(en 1948). Los palestinos llaman Al-Nakba (La Catástrofe) a los sucesos
de esa misma época, durante los cuales fuerzas militares y paramilitares
judías no sólo respondieron a la agresión externa sino que asesinaron
poblaciones palestinas indefensas (la más conocida es Deir Yassin) y de
este modo provocaron el terror y la huida de miles de palestinos que se
refugiaron en campamentos en Gaza y en Cisjordania (hay historiadores
israelíes que coinciden con la veracidad de estas afirmaciones, ¿por qué
hay quienes lo niegan?). El problema de los refugiados palestinos (no
sólo éstos, sino los que posteriormente se generaron en la Guerra de
1967) es de una dificultad muy profunda, y ha sido una de las claves que
empantaron siempre las negociaciones de paz. Así que vuelvo a insistir:
me resulta aberrante la negación de hechos históricos. Uno puede
realizar distintas apreciaciones y lecturas sobre su significado,
incluso puede intentar justificar lo ocurrido, pero no puede negarlo. Lo
mismo puede decirse de múltiples acciones militares israelíes, que se
enuncian oficialmente como acciones defensivas cuando no son más que
ataques desmedidos frente a una agresión de mucha menor magnitud, o
incluso acciones lisa y llanamente delictivas como la complicidad en las
masacres de Sabra y Shatila en 1982.